Una oportunidad (Licencia para seguir respirando)

La lluvia caló mis ropas y estropeó el libro y las flores; Adiós, mi regalo, adiós a mi pequeño intento de agradar a María. Que los labradores agradezcan al cielo por el agua para sus campos, que yo a mi manera, ya sabré agradecer a las nubes por el baño.
Resignado, acepté la invitación de un contenedor de basura que había al final de la calle, para deshacerme de los tristes y desbaratados restos; no había nada que se pudiera hacer por salvar el libro o el ramo de flores.
Llamamos contratiempos a la frustración de los planes; preferimos llamarlos así a emplear palabras con connotaciones más negativas y frustrantes, como desastre o putada. Son contratiempos porque van en contra de nuestros planes y contra el tiempo que hayamos invertido, y van también encaminados a destruir nuestros deseos u objetivos. No sospechamos nunca lo que va a suceder, y menos aún lo que sucederá después: después de reír, después de correr o huir, después de rezar, después de llorar, después de tropezar, caer y levantarse, o después de bajar la tapa de un contenedor de basura tras depositar en su interior tus ilusiones: tres rosas blancas y un pequeño y elegante libro de José Hierro.
Me balanceaba como si me columpiara en un péndulo en movimiento, del extremo del "todo a la mierda" al extremo opuesto del "no te rindas todavía"; del "todo al carajo" al "resiste un poco más"; del "las cosas son como deben de ser" al lado del "pues no me gusta y que se jodan todos". Pero el péndulo, obedeciendo fiel y dócilmente las leyes de la física, no se decanta ni por un extremo ni por el otro, sino que se detiene en el centro, como insinuándote que eres tú y sólo tú quien debe decidir dónde situarse. No hay instrucciones secretas del cielo, ni resplandor que ilumine tal o cual dirección, ni señal. Nada.
Un pequeño gato empapado y desvalido no es ninguna señal, es solo un ser que por haberse perdido o extraviado, se ha quedado solo en el mundo antes de tiempo, sin calor de madre, sin alimento, sin lugar en el mundo. En su licencia de vida futura no ha firmado ningún dios ni mortal, y si no hubiera ningún avalista, caducaría la licencia para seguir respirando.
No tenía ya miedo el gatito, no se molestaba en ocultarse, y lo único que veían mis ojos en él era una súplica por vivir, tan solo eso: vivir. Una señora que me vio levantar el pequeño gatito e intentar secarlo con mis ropas empapadas me sonrió; me dijo que ese gatito llevaba dos días maullando oculto bajo un coche junto a los contenedores, solo y olvidado. Ya no habría libro ni flores para María, y además, yo había adquirido voluntaria e inconscientemente una nueva obligación, un día perfecto para mí, un día de esos para enmarcarlos y nunca olvidarlos.
No tuve que esperar ni un minuto en la clínica veterinaria, una chica joven con cara de veterinaria y bata blanca, el pelo recogido en un moño y gafas del color del oro, examinó al gatito: Era gatita y aún se encontraba en buen estado; era un consuelo gastar un poco de dinero en salvar un cachorro de gato común, habiendo previamente gastado inútilmente un dinero en flores y en un libro. Aquella desafortunada gatita no acabaría en un contenedor, y probablemente ya no era tan desafortunada al cambiar su miedo por desesperación, y poder cambiar también esto último, por algo similar a la confianza.
Solo dos días después, no se sabía si la gatita se creía persona, o si creía que yo era un gato grande, y de su mirada había desaparecido todo temor y en su lugar sólo había felina curiosidad. No quise ponerle nombre, siempre me ha parecido inútil ponerle nombres a los gatos; no a los perros, que siempre saltan al escuchar su nombre y vienen moviendo la cola super felices cuando los llamas. Los gatos son más de ir a su aire, y el ponerles nombre solo sirve para identificarlos o presentárselos a alguien si tienes más de uno; de lo contrario, es un esfuerzo inútil. Los gatos no son animales de compañía, son solo animales que te permiten acompañarlos, pues la compañía se la das tú a ellos, y no ellos a ti.
Regresaba a casa una mañana cuando me topé con María, yo venía de la clínica veterinaria y llevaba la gatita en brazos, pues deseché rápidamente la idea de un trasportín. Ella quiso saber sobre la ricura -así la llamó- de la gatita, y yo se lo expliqué todo, todo menos el prescindible detalle sobre qué hacía yo rondando un contenedor de basura en un barrio que no era el mío. Quiso entonces saber si me iba a quedar con la gatita, y no quise yo traslucir que me molestó un poco la pregunta. ¿Qué pregunta era esa? ¿Acaso no me había yo hecho cargo de ella? Finalmente me hizo entender: ella quería "saber" si yo tenía mucho interés en quedarme con la gatita, pues ella estaba dispuesta a adoptarla y llevársela consigo a su nuevo domicilio, en donde sí estaban permitidos los animales. Se iba a ir a vivir al piso de su novio (no conocía yo la existencia de novio alguno, y no negaré que no me hizo nada de gracia saberlo) y "querían" un gato.
Tengo ahora ante mí la foto que me han enviado; en tres meses la gatita se ha puesto enorme y ahora se llama Cloe, como la musa. Se ven muy bien los tres en la foto, parecen una familia y todo. A pie de foto pone: Cloe te envía saludos, gracias.
Colección: Los relatos del verano.
Primera Publicación: Año 2023.
Nota: Foto de Pixabay: https://www.pexels.com/es-es/foto/gotas-de-lluvia-459451/