Toda la culpa fue de un inglés borracho que se ahogó

01.12.2023

   Estadísticamente hablando, una de las formas más improbables de echar a perder un día de carretera y playa es encontrarse con un ahogado meciéndose con las olas. Lo malo que tienen las estadísticas es que siempre se cumplen en el pellejo de alguien, pero aún es peor que lo hagan en el de uno mismo. 

   Si ya se lo estaban imaginando, yo se lo confirmo: El ahogado nos tocó a nosotros, a mí y a Edna para ser exactos. Pero resulta que la estadística se cebó con nosotros, pues el ahogado iba excelentemente bien vestido, no se trataba de otro paria que buscaba una vida mejor en otras tierras, tenía un pedazo de reloj y aún conservaba los zapatos italianos con los que debió resbalarse del yate estando borracho. Me dirán que un ahogado es un ahogado, y que ya no importa si se cayó de un yate o de una patera, y yo les digo que no; que no es así como va la cosa. Asumiré el papel de cínico y les diré que a este muerto le diferenciaba de los otros el importantísimo detalle de que no estaba cruzando el Mediterráneo para mejorar su vida, la plácida vida que suponemos debió de tener, sino que se hallaba embarcado en el lujo y el privilegio, anclado a una fortuna que hizo incluso de su fallecimiento un privilegio: No me dirán que es lo mismo morir aterrorizado mientras las aguas te tragan que prolongar la inmersión tras un accidental chapuzón nocturno, sustituyendo el alcohol por agua marina.

   La investigación policial tratará de buscar un culpable si lo hay, y en caso de hallarlo, detenerlo; de los que se ahogan por decenas, no es necesario investigar la causa, pues esta es de sobras conocida, pero el hambre no puede ser detenida ni imputada. El hambre es una fuerza imparable como el mar, a veces quieta y a veces furiosa, y se la puede encontrar uno en cualquier parte, el hambre mueve montañas, el hambre mata y muere: Al hambre no se la busca ni se la combate, sino que tan solo se la deja estar.

   Los de la benemérita, con tan solo echar un vistazo, lo entendieron todo: A la hora del vermú, se echó en falta en cubierta a un caballero londinense llamado George Williams, uno de los invitados preferenciales del propietario del yate y multimillonario cuyo nombre no se me escapó. Suponían que debió de caerse al agua en algún momento de la noche y que por esa sola razón no había acudido al vermú donde lo echaron en falta. Un cabo se nos acercó a mí y a Edna y nos dijo que nos quedáramos por allí para que el sargento pudiera interrogarnos más tarde.

   No quiero oír hablar de estadística nunca más. ¿Cuántas veces sucede en la vida algo así? Que tengas que esperar en la arena para responder las preguntas absurdas de un investigador, y digo absurdas porque nosotros no habíamos visto nada, nada que después no hubieran podido ver ellos. Dado que los ahogados no hablan y que no había nadie más por allí, no podía ni imaginarme qué clase de preguntas iban a hacernos; luego lo supe, querían saber la hora del macabro hallazgo, saber si vimos a alguien cerca, si ya estaba allí con la nariz hundida en la arena cuando llegamos, si el ahogado arribó a tierra firme en nuestra presencia y si habíamos tocado algo.

   El requerimiento que nos hizo la Guardia Civil para ser interrogados y de paso jodernos el día nos tuvo más de horas en pie bajo el implacable sol de agosto, para tan solo aportar el intrascendental dato de la hora del hallazgo; y como el muerto ya estaba allí entre el mar y la arena cuando tuvimos la desgracia de toparnos con él, la hora del fatídico encuentro no podía resultar un dato demasiado fiable para sacar conclusiones. Edna había perdido totalmente cualquier deseo de nadar en las aguas que habían estado en contacto con el cadáver, tampoco le quedaban ganas de permanecer allí por más tiempo y ni tan siquiera tenía hambre, entonces me pidió: Vámonos de vuelta a casa. Yo estaba cansado, y por supuesto, estaba de acuerdo con ella en alejarnos de allí, el menda aún tenía que conducir algo menos de dos horas hasta casa, y solo deseaba tumbarme sobre la cama sin escuchar el gentío, sin la maldita arena, sin el solazo y sin pérdida de tiempo.

   De camino hasta el coche, nos asaltaron dos periodistas, el primero de ellos de una agencia y luego el de un diario local, y sin habernos puesto previamente de acuerdo ni nada, Edna y yo negamos ser nosotros la pareja de testigos que había encontrado el cadáver. Ya solo nos faltaba eso, perder más tiempo hablando de la misma historia sin historia ninguna; que les den, pensé.

   Conduciendo de vuelta a casa por la autovía, con la monotonía que implica eso, no pude evitar el pensar en el planeado viernes de finales de agosto echado a perder, en lo mal que había resultado el plan y todo por culpa de un inglés borracho que resbaló de noche sobre la cubierta del Catalina III, un megayate de cuyo propietario no deseo de dir ni mú, por si las moscas. Ya estoy pensando en el próximo agosto y en volver a la playa sin que me afecte esta vez ningún tipo de estadística fatal, la estadística también dice que cada español se gasta una media de 66 euros al año en lotería de Navidad, y yo no compro nunca lotería: Ahí falla, ¿ven?

Nota:  Foto de Fabian Wiktor: https://www.pexels.com/es-es/foto/playa-994605/

© 2023 José María Martín Rengel, Carmona, Sevilla, 41410
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