Niños de la luna
"Es por la luna", me dijo Vicenta, "esta noche habrá luna llena y todas estas darán a luz". Vicenta era una matrona experimentada, y su expresión mostraba a las claras su absoluta certeza en su vaticinio.
"No es eso lo que dice la ciencia", le dije.
"Verdad", sonrió, "sólo es la experiencia quien lo dice".
No podía enojarme con Vicenta, con esa sonrisa suya de madre bondadosa, sus facciones suaves, y su mirada franca, a pesar de que su respuesta estaba fuera de lugar. Además, daba igual lo que Vicenta creyera o dejara de creer, esa cuestión me parecía irrelevante en lo que se refiere a nuestra labor profesional. ¿Se imaginan que yo le hubiese replicado que en cuántos partos había asistido ella? Hubiéramos empezado a tener un problema si a ella le hubiese dado por replicarme que, ¿a cuántos partos había asistido yo?
Ese día en la clínica, había no menos de media docena de mujeres cuyo parto era inminente; La mayoría de ellas habían sobrepasado las 37 semanas, pero había una chica, joven y muy delgada, que parecía un poco adelantada. La teníamos en observación, sopesando la posibilidad de provocarle el parto si las falsas dilataciones no cesaban.
Hacia el mediodía estuve conversando animadamente con Vicenta durante el almuerzo. No es que yo tuviera un interés especial en recordarle que no era ella la licenciada en medicina, pero sentía curiosidad, y aprovechando el buen rollo del momento, decidí "soltar" la pregunta:
"¿Tú sabes, Vicenta, quién inicia el parto?"
"Pues claro, el momento del parto lo decide el bebé."
Ya la tenía. Pensé que ese era el momento en que una breve lección de fisiología del parto pondría definitivamente las cosas en su sitio.
"Estas cosas no las suele saber la gente", le dije, muy conciliador yo. "En realidad, es la madre, cuando el diámetro del cráneo del bebé se aproxima al diámetro del canal pélvico, quien toma la decisión. A partir de ese momento, el bebé deja de recibir alimento y, este, por hambre pone en marcha el proceso. Luego, ya sabes", le dije.
"Sí, sí, pero el parto lo inicia la criatura", replicó.
"De acuerdo, Vicenta, la decisión es de la progenitora; Y el momento de tomar la salida es del niño, y, su único motivo para abandonar su lujosa vida intrauterina, es que la mamá le ha cerrado el grifo".
Vicenta pareció aceptar con agrado la honrosa paz que le ofrecía, y ambos nos reímos un rato de mi breve perorata.
Tras el almuerzo, cada uno regresó a sus tareas, y yo estuve ocupado toda la tarde. Sobre las nueve, bajé a comer algo, y luego salí un momento a un fumadero que tenemos en una terraza que da al jardín. Mientras fumaba mi cigarrillo post-café, reparé en la luna sobre las copas de los pinos del jardín. Llena de esplendor, la luna llena, inmensa, me atrapó la mirada.
Me sonó el móvil. Lo dejé sonar un momento mientras me despedía del cigarrillo. Una inspiradora claridad proveniente de los cielos, me indujo a pensar que era Vicenta quien me llamaba, y que el motivo no era otro que un parto inminente: Aposté por la chica joven delgada, y fallé por poco, pues ella fue la segunda ¿O fue la tercera?
Es este un detalle sin importancia, pues lo verdaderamente relevante por lo que a mí concierne, es que Vicenta se llevó el gato al agua, pues esa noche, una tras otra, parieron todas. (esa noche alumbraron todas, las mujeres y la luna).