Julia y un caballo muerto

05.02.2024

-Si fueras un caballero me traerías una bebida -me dijo-. -Si fueras una dama, no me lo pedirías -contesté-. Me miró entre la sorpresa y el desprecio, y aún replicó: -Pero esto es una feria. -Y caballos hay. -¿No me conoces? Soy la hermana Paco, Julia... No dije: Tierra trágame, aunque fue eso lo que pensé. En su lugar, intenté reparar mi grave error por no haberla reconocido, haciéndome un poco el gracioso: -Lo que acabo de hacer es una buena demostración de cómo meter bien la pata ¡Lo he bordado! Te ruego que me disculpes Julia. Entonces Julia sonrió, y me dijo que tranquilo, que no pasaba nada. -Propongo empezar de nuevo, -le dije- olvida el último minuto. -¿Qué minuto? Ahora fui yo quien sonrió, y tras aceptar ella mi ofrecimiento de traerle algo, me uní a las tres o cuatro docenas de tipos que pugnaban por alcanzar la barra, como náufragos contra unas rocas. Después, aleteando a izquierda y derecha conseguí divisar la barra, y tras ella a uno de sus defensores armado con un tirador de cerveza que parecía echar humo: La primera línea de defensa. Empapado de brillantes gotitas, lucía orgulloso el escudo con el emblema de la cristiandad, la cruz del campo, (Sé que no andaban muy lejos las fuerzas cristianas de refuerzo, lideradas por el fuerte brazo de San Miguel) pero sus andanadas de cerveza y espuma no eran suficientes para contener a los asaltantes. Volví la cabeza hacia atrás para intentar divisar a Julia, y también para ver quién era el tipo cuyo aliento sentía sobre mi nuca; Lo primero fue imposible, pero al tipo que se me adosaba por la retaguardia le lancé una mirada que venía a decir: ¡Bájate de mi espalda tío! Julia era de esas pocas mujeres que ya tenía etiquetadas previamente como intocables, una etiqueta habitual que le ponía siempre a todas las hermanas de amigos, madres jóvenes de amigos, novias de amigos, y alguna otra variedad menos común de mujeres prohibidas: Tóxicas, anoréxicas, esquizofrénicas, etc. Seguramente esa era la razón por la que no la había mirado bien; Julia estaba buena, y sólo lo veía ahora, mientras me acercaba a ella con dos vasos de cerveza, uno medio lleno (para mí) y el otro entero (para ella) que se había salvado del choque frontal que tuve contra un infiel. -¿Y si nos separamos un poco de esta marabunta? -propuse animoso- -Sí -contestó rápidamente- Estoy cansada de escuchar tantas sevillanas ¿Dónde vamos? Había en mi interior una vocecita, que no pude escuchar bien con tantas sevillanas, intenté percibirla mejor y me pareció escuchar algo así como: ¿Qué estás haciendo imbécil? ¡Es la hermana de Paco! ...Y Paco tiene una escopeta de caza. No era cuestión de ponerme a dialogar en ese momento con una vocecilla tan alarmista, pero aún le dije apartándola: Ni que me la estuviera llevando al río, que puedo ser tonto, pero gilipollas no. Cuando Julia se me adelantó un poco, no quise mirarla al culo, y me obligué a no hacerlo; Juraría que esta Julia no es la Julia que conocí cuando moría el verano, no es como la hermana de Paco que yo recordaba. La vida te sorprende a veces con misterios como ese, que Paco con su cara de palo seco, tenga una hermana con esa cara de Ángel, y con ese cuerpo de gloria. Julia caminaba, conmigo flotando a su lado, y entre risas dejamos atrás una carroza de caballos que estaba detenida. Entonces ocurrió lo que no estaba escrito ¿O sí lo estaba? No se lo creerán, pero escuchamos un extraño ruido repentino, y cuando miramos su procedencia vimos el horror: El caballo atado a la carroza se derrumbó como un saco de patatas, pareció patalear un poco desde el suelo, luego emitió unos sonidos roncos que no sabría imitar, y se murió; Otro caballo a sumar a la lista de caballos muertos en la feria. Lo más horrible que jamás han visto estos dos ojos míos, o casi. Julia se puso mala. Creí que iba a llorar, y hasta puede que estuviera a punto de hacerlo, y que a última hora hubiera logrado contenerse. Me pidió que la acompañase a su casa, lo cual hice gustoso. Al final, ni siquiera nos dimos los teléfonos, aunque el imbécil que soy lo esperó hasta el último momento, justo cuando Julia, bajo un sol cegador, desapareció silenciosa tras la entrada de su casa. Hace ya casi un año de esto, y aún lamento la muerte de ese pobre caballo.

© 2023 José María Martín Rengel, Carmona, Sevilla, 41410
Creado con Webnode Cookies
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar