El maletín
Tras contar por dos veces las monedas que le quedaban, Malque vio que le alcanzaban para tomar el autobús a la ciudad. Malque se subió al autobús, pagó el billete, y cuando se dirigía a su asiento pasó junto a un maletín que había en el suelo del pasillo, junto a un asiento, un pequeño maletín de cuero marrón.
Desde el instante en que lo vio, Malque no pudo dejar de pensar en el maletín. Su mirada iba siempre por la misma ruta de ojos, un bucle: Maletín-ventanas-pasajeros-maletín-ventana-pasajeros-, a veces se salía de la senda para posar los ojos en el conductor, o en algún pasajero que se levantase de su asiento para bajarse, sin llevarse el maletín.
Si su mirada no se alejaba mucho del maletín, sus pensamientos tampoco se ocupaban de otra cosa. ¿De quién sería? ¿Lo habría depositado allí el conductor, quizás para recogerlo al terminar el trayecto? ¿Pertenecería a algún pasajero, y en ese caso, a quién? ¿Y si lo habían olvidado y ya no pertenecía a nadie de los que allí estaban? Entonces él, Malque, tendría tanto derecho como cualquier otro a apoderarse del maletín. Él no tenía nada en esas horas bajas de la mañana, aunque tampoco lo tenía en las altas horas de la noche anterior, ni la anterior; Cuando no se tiene nada, no se tiene nada, y da igual la hora o el día, porque ese tipo de estados ruinosos no suelen ser nunca cosa de horas o de días, sino más bien de temporadas, pues cuando vienen mal dadas, vienen mal acompañadas. Así son las cosas, que decía mi abuela la de Burgos, y que jamás se quejaba del frío.
La última pregunta que Malque se hizo fue: ¿Qué podría guardar en su interior aquel maletín? El autobús se detuvo en la parada de una urbanización, un punto fuerte de civilización entre campos sin edificaciones, para que se apeasen algunos viajeros. Ninguno de ellos pareció prestar atención al maletín cuando pasaron junto a él.
Tras veinte minutos de trayecto, al fin, una parada ya en la ciudad, y más gente que se baja del autobús. En la siguiente parada se vuelve a bajar más gente y, Malque planea apearse del autobús llevándose consigo el maletín, si le es posible hacerlo sin que nadie le vea, o se fije. Ha estado resistiéndose y ya solo faltan dos paradas para el final del trayecto, entonces se decide. Con el corazón palpitándole desbocado, y pareciéndole que le rebotaba en el interior del pecho, Malque se dirigió hacia la puerta de salida lentamente, no había nadie más detrás de él, solo quedaba gente en la parte delantera. Entonces, sorprendiéndose de sí mismo, agarró el maletín al pasar, se bajó del autobús y cruzó rápidamente por un paso de cebra. Aliviado, vio al autobús alejarse, pero no se quedó tranquilo hasta que respiró sentado, en un asiento de un parque.
Después puso el maletín sobre sus piernas, lo miró, miró también hacia ambos lados (derecha e izquierda de su asiento), y lo abrió como quien abre un regalo sorpresa.
Malque no solía tener mucha suerte, y esa mañana tampoco la tendría: En el interior del maletín, Malque halló un par de paquetes de billetes de autobús, un bocadillo, y una lata de una bebida azucarada sin azúcar. Había robado los inútiles billetes, y el almuerzo, al desafortunado conductor de línea; Había causado un más que probable perjuicio a un trabajador, para no obtener nada a cambio, nada, si exceptuamos el almuerzo y el refresco.
El bocadillo era de lomo, un bocadillo elaborado de forma casera, y cuando lo terminó, se dirigió hasta una papelera que había no muy lejos, para arrojar en ella el papel de aluminio que lo envolvía. Las jacarandas en flor le retuvieron unos instantes la mirada, espléndida visión, después se dirigió de regreso al banco y vio que el maletín ya no estaba donde lo había dejado.
Como les digo; Ya lo decía mi abuela la de Burgos, la que jamás se quejó del frío: Cuando vienen mal dadas...