¿Has...?

05.02.2024

Desde el mismo día en que nació, Basilio empezó su carrera de repartidor de suerte. Su fama se inició en la misma clínica de maternidad donde vio la luz, allí hizo su primera deposición, tras la cual, inmediatamente cesó el vendaval que azotaba las ventanas. A medida que gastaba nuevos pañales, siempre se recibían dádivas de familiares, amigos y vecinos, y cuando lo llevaron a conocer a sus abuelos maternos, Basilio llenó un pañal y su abuela se encontró una antigua joya que daba por perdida. Su fama de llevar la suerte a los lugares en los que cagaba fue creciendo y creciendo, y con tan solo tres meses de edad, ya había cagado por media ciudad: Todos querían ser visitados por Basilio, y celebraban con alegría el cambio de pañales. Como un niño milagro, Basilio fue llevado a cagar a casas de enfermos buscando su curación; a casas de familias con muchos desempleados, en busca desesperada de empleo; a casas de ludópatas, de alcohólicos, etc. Cuando Basilio cumplió 6 años, ya había cagado en todos los continentes y en decenas de países. Basilio cagó generosamente en enormes palacios y en fabulosas mansiones, cagó en buques mercantes y de las fuerzas armadas, cagó en un par de jets privados, y hasta en un caza de la fuerza aérea que se disponía a realizar maniobras en el mar de China. Estaba comprobado, y había centenares de imparciales testigos que así lo afirmaban: Siempre ocurría algo bueno, algo realmente positivo, en los lugares en los que Basilio depositaba su don. Sus conocidos siempre querían llevárselo a cagar a su casa, y previamente solían cebarlo a base de bien en buenos restaurantes, pues con la suerte no hay que escatimar ni andarse con remilgos. Cuando traspasaba la entrada del hogar al que estaba invitado, enseguida le señalaban la entrada del baño, y nunca nadie hacía uso del mismo; Luego lo sentaban en el sillón bueno, en un lugar preferente, y le ofrecían té sin necesidad de añadirle ningún laxante, confiando en que su invitado de honor les honraría con una buena mierda. Si por un casual (o no tan casual) Basilio se adentraba en el baño, cuando salía del mismo se encontraba con todas las caras del domicilio interrogándolo con indisimulada ansiedad, todos los rostros con la misma pregunta en la mirada: ¿Has...? Entonces Basilio asentía ligeramente con un movimiento de cabeza y todos empezaban a saltar de alegría, llenos de satisfacción, esperanza, e ilusión. Muy por el contrario, alguno que quiso ahorrarse la factura del restaurante invitándolo solo a té o café, fue el único que cagó, aunque la cagó bien, pues Basilio no pudo cumplir los honores que de él se esperaban. Durante el confinamiento domiciliario que hubo hace años, debido a una antigua pandemia, Basilio recibió un pase especial para viajar y media docena de visados de diferentes embajadas. Cruzó el Atlántico y fue llevado a una isla privada del Pacífico, propiedad del multimillonario James Worthington. A sus 111 años, Mister Worthington aún no se había cansado de vivir, y eso a pesar de su incurable enfermedad llamada ciento once años. Se trataba de una oferta irrechazable, le pagarían un pastizal por vivir a cuerpo de rey en una mansión de superlujo. "Con usted aquí", le dijeron, "le daremos una satisfacción y una alegría al señor Worthington". Catorce días después de su llegada a la isla, Mister Worthington terminó por reunirse con sus antepasados, mientras sus herederos se reunían con sus respectivas herencias. Basilio regresó a su casa, e inmediatamente enfermó, sufrió de estreñimiento y estuvo cuatro días sin "hacer", y cuando finalmente lo hizo, ya no era lo mismo, ya no traía suerte; Todo había terminado: Una mierda. Adiós a Hollywood, se acabó el milagro de las deposiciones con premio, sus zurullos ya no valían para traer suerte, y sin eso, no valían para nada, y eran tan solo mierda, nada más que mierda. Yo creo que en realidad todos pensábamos que la mierda no trae suerte ni nada, pero que así quisimos creerlo mientras nos parecía que así lo creían los demás, y si no, que se lo pregunten al rey Midas, de quien todos creímos que convertía en oro todo lo que tocaba; O los políticos, que invirtiendo el milagro del revés, convierten en mierda todo lo que tocan. 

© 2023 José María Martín Rengel, Carmona, Sevilla, 41410
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